Bolero: carta de amor al género que nos enseñó a sentir

Una carta de amor (y reconciliación) al género que nos enseñó a sentir

ENTREVISTA Y OPINION

Isella Carrera Lamadrid

7/28/20253 min read

Nos enseñó a amar con intensidad, pero también a sufrir con estilo. Hoy lo escuchamos distinto, pero el corazón sigue tarareando.

El bolero ha sido durante décadas la banda sonora de amores intensos, suspiros y desvelos. Ese ritmo suave, melancólico, que parece susurrar directamente al corazón mientras se mece románticamente muy por dentro del cuerpo. Ha marcado generaciones en Latinoamérica y más allá: Alci Acosta, Armando Manzanero, Lucho Gatica o Lucho Barrios son grandes exponentes del género que se encuentran detrás de esa nostalgia que nos envuelve, pero, ¿qué mensaje hemos recibido a partir de él?

Como poeta, he escrito muchos de mis versos embriagada por las letras de un bolero inolvidable que perseguía un amor imposible. He sentido nostalgia bajo el susurro de un piano lejano, y he amado imaginariamente al compás de unas notas invisibles. El bolero ha sido para mí un espejo y un abismo, un perfume de tiempos que no viví, pero que de alguna manera me habitan. Me ha enseñado a desear con palabras, a extrañar con ritmo, y a descubrir que no todo lo que parece romántico es bondad.

Grandes letristas como Agustín Lara, Consuelo Velázquez, Bobby Capó, María Grever o César Portillo de la Luz nos entregaron himnos del alma: “Contigo aprendí que existen nuevas y mejores emociones”, “Bésame, bésame mucho”, “Piel canela”, “Perfidia”. Letras que encendieron corazones, pero también sembraron la idea de un amor absoluto, donde el dolor era parte del trato.

Pero no podemos hablar del bolero sin recordar su carácter profundamente pasional. Basta con pensar en la historia entre Agustín Lara y María Félix: una relación marcada por el fuego, los celos, la devoción y el orgullo. Lara escribió para ella algunas de sus composiciones más célebres: “María Bonita” —una joya nacida en Acapulco, después de una escena de celos y reconciliación. “Te vas porque yo quiero que te vayas”, decía Lara, pero nunca se fue del todo. Ella, la mujer de mirada imperial, se convirtió en bolero. Y él, en un corazón roto que supo hacer arte del sufrimiento. ¿Acaso no es eso el bolero? Amor que arde, que deja huella, que canta aunque duela.

Hoy el género se transforma sin perder su esencia. El bolero nació en Cuba, pero viajó por el Caribe, se hizo mexicano, colombiano, venezolano. Se cruzó con el jazz, con la trova, con la canción protesta y hoy se filtra en los sintetizadores suaves de un bolero pop, en la intimidad de un bolero indie, en las fusiones de artistas como Silvana Estrada, Daniel, Me Estás Matando, La Muchacha, Andrés Landon, Mon Laferte, Rodrigo Cuevas o Natalia Lafourcade, que le cantan al duelo, sí, pero también a la dignidad emocional, a los afectos que no asfixian. El bolero se escribe ahora con otras heridas, pero también con otras libertades.

Porque el acercamiento actual al bolero no es simple moda vintage: es una demostración de que seguimos dulcemente presos de los latidos más puros que lo crearon. Pero ahora tenemos la invención más valiente: la de amarnos sin límites, empezando por nosotros mismos.

El bolero no ha muerto porque el amor no ha muerto, solo ha cambiado de piel. Se ha quitado los trajes del drama eterno para vestirse de libertad, de consentimiento, de afecto sin culpa. Mientras existan personas que amen la música, que lloren con una guitarra y que cierren los ojos al escuchar una voz rota decir:

“Contigo aprendí a ver la luz del otro lado de la luna… Contigo aprendí que tu presencia no la cambio por ninguna…”.

El bolero seguirá vivo, pero vivirá más libre, más humano, con menos promesa de sacrificio, y más celebración de la vulnerabilidad compartida. Porque amar sigue siendo lo más hermoso que puede hacer un cuerpo… siempre que no se olvide de sí mismo en el intento.